lunes, 8 de agosto de 2011

Revolución, Autogestión y Cooperativas Una visión desde la presente perspectiva cubana



Por Humberto Miranda Lorenzo

ALAI AMLATINA, 26/07/2011.- Quienes conocen (y sobre todo disfrutan)
de béisbol saben que el juego no termina hasta que caiga el último
“out”. Por eso disiento de los enfoques “terminales” acerca de la
Revolución cubana. No importa cuántas carreras debajo estemos, todavía
nos quedan turnos al bate.

Justo ahora, en medio de una compleja situación (nada nuevo para
cubanas y cubanos) se evidencian un sinnúmero de alternativas que
podrían imprimirle un giro positivo al proceso más allá de la idea de
“mantener” lo alcanzado. Centrarse únicamente en defender las
conquistas lleva también a la trampa de defender un status de
inmovilismo que deriva, sin remedio, en la muerte del proceso. Pero
para “ir más allá” se requieren altas dosis de audacia, inteligencia
colectiva y voluntad real de que el pueblo no solo “tome parte”, sino,
y sobre todo, que protagonice y dirija el proyecto social de la Revolución.

Se ha hecho sentido común la visión sobre la necesidad de cambios en
la economía, lo cual se ha traducido como “actualización del modelo
económico”. Tales cambios son imprescindibles, pero pueden dejar de
carecer de sentido en términos del socialismo, si no van de la mano de
cambios en la estructura política presente que data de 1976.

La sociedad cubana ha cambiado, se ha diversificado. Han aparecido
relaciones y actores económicos y sociales que en aquel entonces no
existían o no impactaban el proceso. Han ocurrido importantes cambios
culturales dentro de la sociedad, al tiempo que se han operado
transformaciones en el paradigma del socialismo y en la ideología
revolucionaria de amplio efecto en los ciudadanos y ciudadanas que
formamos parte de esta sociedad.

A ello debe añadirse que a escala internacional la realidad, la
coyuntura y el contexto han cambiado drásticamente. Si bien la
Constitución y el sistema político que nos dimos en 1976 se
correspondían con la plataforma técnica económica y con la estructura
social existentes, en treinta y seis años se han registrado
transformaciones esenciales.

No existe más ni la URSS ni todo el bloque económico y político en el
que la Revolución se apoyó y con el cual estaba alineada. El proyecto
de país se vio afectado y fue necesario un rediseño sobre la marcha,
en retroceso y con una ofensiva que arreciaba desde Estados Unidos
para que fuéramos los próximos en caer. En Miami se hacían maletas
para el regreso triunfal, al tiempo que se coreaba “ya vienen
llegando”. La ropa se estrujó en las valijas y la canción pasó de moda.

Desde fines de los 90 en nuestro contexto natural, Latinoamérica y el
Caribe, han tenido lugar procesos de renovación social como la
Revolución Bolivariana en Venezuela y las transformaciones en Bolivia
y Ecuador cuyas propuestas han tenido amplia repercusión regional y
global. En términos domésticos, han promovido en cierta medida nuevas
maneras de concebir y llevar a cabo el socialismo.

Hay dos aspectos que no pueden ser ignorados. Uno es que el conflicto
con Estados Unidos es un actor interno de la realidad cubana y está
mediando en casi todos los sectores de nuestra vida. Segundo, y más
importante aún, es innegable la valentía y consecuencia política, así
como la inteligencia de la dirección del país para garantizar la
sobrevivencia del proceso en medio de la debacle global de los 90.

Fue necesaria una reforma que abrió la maltrecha economía a la
inversión de capital extranjero a través de empresas mixtas de
conjunto con el estado. Se situó al turismo internacional como fuente
principal de ingresos y liquidez financiera para palear la falta de
créditos y sortear el bloqueo. Esas fueron medidas necesarias a la vez
que riesgosas en tanto no eran asépticas socialmente y trajeron
consigo regresiones en el terreno de las ideas y las convicciones.

Apareció el autoempleo (trabajo por cuenta propia) como forma de
recolocación de masas de trabajadores sin espacio en la economía
“formal”. Se estimularon formas y relaciones de mercado como palanca
en busca de la eficiencia. Se permitió la libre tenencia y circulación
del dólar norteamericano en la economía interna, pasando el envío de
remesas desde el exterior a ser otro factor importante de ingreso de divisas.

Desde las Fuerzas Armadas se comenzó a aplicar el “perfeccionamiento
empresarial”, primero como forma de contribución eficiente a los tan
necesarios gastos en la defensa, y luego se fue extendiendo como
experiencia al sector civil. De hecho, una buena parte del sector
turístico está gestionado por una empresa perteneciente a las FAR.

La reforma económica de los 90, que fue mucho más amplia que lo
anteriormente mencionado, contribuyó inmensamente a la sobrevivencia
de la Revolución, aunque la causa fundamental de esa permanencia en el
espacio y el tiempo radica, como siempre, en un pueblo que ha
soportado las más difíciles condiciones en la vida cotidiana y en su
mayoría se mantiene firme en sus ideales de independencia y justicia
social. El pueblo cubano, por encima de todo, sabe lo que “no” quiere.

No obstante, las medidas aplicadas en los 90 tuvieron, como todo, otra
cara de la moneda. Los principales baluartes de la vida digna de los
cubanos y cubanas: la educación de alto nivel gratuita y universal, el
sistema de salud de incomparables resultados y la seguridad social y
ciudadana se vieron seriamente deprimidas y afectadas. El éxodo desde
esos sectores, el deterioro de la base material y, sobre todo, el
deterioro de lo que los tecnócratas gustan llamar “capital humano” ha
tenido efectos negativos, algunos de los cuales aún están por emerger.

En medio de la escasez más profunda aparecieron empresarios y turistas
extranjeros oliendo a capitalismo exitoso. Al mismo tiempo que los
ciudadanos nacionales fuimos privados del acceso a las instalaciones
turísticas y recreativas, aparecía un sector social marginal (y
marginado, pero activo) que fue creciendo y consolidándose como
actividad económica “informal” (pero cada vez más organizada) y cuyos
impactos sociales, aunque oficialmente se traten de desconocer o se
minimicen, son extensos y profundos.

Por otro lado, el estado como propietario y gestor mayoritario de la
economía, en un contexto de crisis y contracción, se veía obligado a
reducir gastos y comenzar a desprenderse de personal y empresas
sobrantes e incosteables. La realidad era diáfana, el estado no podía
continuar gestionando centros de producción y servicios ineficientes,
altos consumidores de energía, sin insumos ni repuestos para
funcionar, sin capitales y sin perspectiva de mercados.

Debe señalarse que la vocación humanista de la Revolución no se vio
resentida. En nuestro país no se adoptaron paquetes de medidas de
ajuste estructural como los que el FMI y otros organismos testaferros
del capital implantaron en muchas economías en el mundo. A los
trabajadores no se les lanzó a la calle y se les abandonó a su suerte.
Se implementaron planes de formación y capacitación conjuntamente con
programas de asistencia social. Tamaño desafío se asumió con responsabilidad.

Sin embargo, en ningún caso se intentó la experiencia de que los
trabajadores recuperaran las fábricas y centros de trabajo en los que
ni el estado podía ni el capital extranjero estaba interesado en
invertir. Una gran cantidad de centros de producción fueron cerrados,
decenas de centrales azucareros dejaron de producir haciendo
desaparecer la experiencia de siglos de producción de azúcar y una
vida alrededor de los bateyes que quedó congelada en el tiempo y el olvido.

Por esa época, y ante la imposibilidad de mantener las grandes
empresas estatales en el agro, se implementó un proceso de
cooperativización de las mismas consistente en dividir las áreas de
cultivo y los medios de producción, otorgar la tierra en usufructo
(manteniendo la propiedad en manos del estado) y vendiendo maquinaria
y medios de trabajo sobre la base de créditos blandos. Surgían así las
Unidades Básicas de Producción Cooperativa (UBPC).

Yo he preferido hablar de cosas imposibles, porque de lo posible se
sabe demasiado.
Silvio Rodríguez. “Resumen de noticias”.

Muchos trabajadores agrícolas se fueron a dormir una noche siendo
obreros del campo y amanecieron siendo cooperativistas. Aunque lo más
difícil de ese proceso no radicó en ese cambio tan brusco en su
condición, sino en que, en su gran mayoría, las UBPC’s estaban
ahogadas por trabas burocráticas, sin capacidad de decisión colectiva
sobre la producción y sus destinos. Eran una reproducción de los
esquemas organizativos verticalistas que dejaban poco espacio a la
iniciativa y búsqueda de trabajo en red con estructuras homólogas.

Las UBPC’s se sumaron a otras formas de cooperativas ya existentes;
las CCS (Cooperativas de Créditos y Servicios) y las CPA (Cooperativas
de Producción Agropecuarias), surgidas ambas al calor del proceso
revolucionario, aunque en períodos diferentes. En todos los casos
existen rasgos comunes que deben ser tenidos en cuenta.

En primer lugar, las cooperativas en el caso cubano son un fenómeno
ligado a la Revolución, pues no se registran asociaciones de ese tipo
a grandes escalas antes de 1959. En la Isla, en términos de la
economía, lo que no era un gran negocio, era un “chinchal”. Esta razón
histórica explica en alguna medida la facilidad con que el trabajo por
cuenta propia se extiende en nuestro país. La “ofensiva
revolucionaria” de 1968 cortó un ciclo de reproducción de pequeños
negocios individuales, pero reaparecieron con la reforma de los 90 y
hoy se fortalecen en un segundo impulso a raíz de la “actualización”.

Cuando aparecen las CCS ya la economía cubana funcionaba gestionada
por el estado y el país comenzaba a insertarse en el sistema de
relaciones del bloque socialista liderado por la URSS. Las CPA surgen
en una Cuba perteneciente al CAME y en un modelo de economía
planificada centralmente. Ello condicionó la visión y la puesta en
práctica de las mismas.

De una parte, debe señalarse que la Revolución cubana no practicó la
cooperativización forzosa al estilo estalinista. Existen numerosas
intervenciones del propio Fidel en las que llamaba al convencimiento,
a la asociación voluntaria y al respeto a la decisión de los
campesinos de agruparse o no en cooperativas.

Ahora bien, siempre fueron vistas como una forma de propiedad no
estatal, nunca como una forma de gestión colectiva de la producción
por parte de los trabajadores y además, su ámbito estaba reducido a la
actividad agrícola. Nunca se concibió la forma de gestión cooperativa
en el sector urbano ni en la industria. Eran un paso (casi un mal
necesario) hacia “nuevas formas de producción”. Dicho en otros
términos, un camino hacia la producción a gran escala en granjas estatales.

El carácter socialista de la Revolución no fue una importación
forzosa, como se ha pretendido acuñar por parte de sus enemigos. El
capitalismo era el plan de la dependencia infinita, del gran casino de
La Habana, del exportador de azúcar que importaba caramelos, del
marine americano ebrio mancillando la estatua del Apóstol sin que
sucediera nada, más allá de la indignación popular. El socialismo no
llegó a nuestra isla montado en tanques soviéticos, sino que es el
proyecto de sociedad que nos trajo a los cubanos y cubanas un país que
no teníamos.

Del mismo modo es necesario entender que al triunfo de la Revolución
el socialismo realmente existente, ya burocratizado, centralizado y
estatista era la noción predominante a escala internacional y con la
cual interactuamos, a la cual nos integramos. Muchos de los métodos y
estructuras económicas y políticas adoptadas y, más aún, buena parte
de la formación de nuestros cuadros resultaron de esa relación que,
por encima de toda duda, fue estratégica para un proyecto social
enfrentado a la mayor potencia imperial de la Historia.

Y si bien las reformas de los 90 constituyeron, en gran medida, una
relectura del análisis leninista de la NEP, no puede afirmarse que la
noción de Marx sobre trabajo libre asociado haya tenido el suficiente
espacio en el debate y en el establecimiento de las estrategias de
construcción social; y esto provee una explicación a la ausencia del
cooperativismo y la autogestión como formas de gestión colectiva de la
producción y los servicios y como alternativa en medio de la crisis.
El socialismo era la centralización de todos los procesos en manos del
estado y gestionado por sus instituciones.

El liderazgo histórico de la Revolución, encarnado hoy en la figura de
Raúl, en el Informe Central al recién efectuado Congreso del PCC afirma:

La experiencia práctica nos ha enseñado que el exceso de
centralización conspira contra el desarrollo de la iniciativa en la
sociedad y en toda la cadena productiva, donde los cuadros se
acostumbraron a que se decidiera desde “arriba” y, en consecuencia,
dejaban de sentirse responsabilizados con los resultados de la
organización que dirigían. (…)

Esta mentalidad de la inercia debe ser desterrada definitivamente para
desatar los nudos que atenazan al desarrollo de las fuerzas
productivas. Es una tarea de importancia estratégica (…)

Desde esa perspectiva cabe entonces aventurarse a proponer otros
caminos no solo deseables, sino posibles. Entendiendo desde el
principio que el peor enemigo de cualquier emprendimiento social es la
absolutización y el reduccionismo. Tan nefasta ha sido la absoluta
estatización y burocratización de todos los procesos económicos y de
la vida en general, como plantear que LA solución ahora está en más
capitalismo, o en el “cuentapropismo” (con toda la carga de
individualismo que entraña), del mismo modo que pensar que las
cooperativas y la autogestión son la única receta posible para salir
del atolladero económico y mantener viva la Revolución. Habrá que dar
espacio y cabida a toda una serie de posibilidades y, más importante
aún, conectar todas esas experiencias entre sí y a escala social.

El propósito de cualquier propuesta no deberá ser otro que articular
la diversidad de formas de producción para consolidar una hegemonía
socialista que haga realmente irreversible la Revolución, para que la
sangre y el sacrificio que ha costado no sean en vano. Es necesario
crear un marco, como se ha hecho, para que el capital invierta en
determinados sectores de la economía. Es necesario proporcionar, como
se está haciendo, un entorno favorable al trabajo por cuenta propia. Y
también es necesario acabar de desterrar los temores y estereotipos en
torno a las cooperativas y la autogestión y darle, allí donde sean
aplicables, los espacios y la legitimidad que le corresponden para
fortalecer la producción colectiva lo cual, sin dudas, contribuirá al
objetivo fundamental de nuestro proyecto: el socialismo.


* ver texto completo en http://alainet.org/active/48284


- Humberto Miranda Lorenzo es Doctor en Filosofía, investigador del
grupo GALFISA del Instituto de Filosofía del CITMA, en La Habana.

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