domingo, 9 de octubre de 2011

Bomberos y emergencias en México


¿Y LOS BOMBEROS?”
Por José Luís Hernández Jiménez

Fíjense que iban a dar las seis de la mañana, del martes 27 de septiembre pasado. En eso se escuchó el grito de una vecina: “¡Huele a quemado, huele a quemado!”. Entonces pensé: “se le quemaron los frijoles”. Pero yo no percibía dicho olor. Y otra vez, pero mas fuertes y desesperados sonaron los gritos: “¡que huele a quemado, hay mucho humo!”. De inmediato se oyeron gritos de otras personas: “¡Está saliendo mucho humo!”. ¿Humo, de dónde?, me pregunté.
Fueron segundos y, en eso, fuertes golpes, más que toquidos, en la puerta de mi vivienda, acompañados de gritos desesperados, llamándome – “¡José Luís, José Luís!”- me sobresaltaron. De un salto ya estaba de pie y corriendo rumbo a la cocina y los tanques del gas, pues creí que al gritar mi nombre, me querían avisar que mi departamento era el que se quemaba. Pero no, ni el fuego, ni el humo ni el olor a quemado, eran “míos”. Los toquidos arreciaron.
Comprendí que el problema era fuera de casa. En segundos me vestí y calcé con lo que hallé a la mano. Abrí la puerta del departamento y …¡llamas de todos tamaños aparecieron ante mí! Los vecinos del segundo piso y del mío – señoras, niños, hombres – bajaban apresurados, corriendo, despavoridos, por las escalinatas del inmueble. Los seguí. Abajo, alguien gritaba: “¡échenle agua, échenle agua!”. El sonido característico del agua al tocar fuego se escuchó: “¡ssshhh!”. Al instante una nube negra de humo, literalmente hablando, nos bañó. Quienes iban delante de mí, sofocados, tosiendo, ahora espantados, dieron vuelta intentado volver a subir. Intenté gritarle que era mejor seguir bajando, pues solo faltaban diez escalones para llegar a la planta baja. No pude. El humo cerró mi garganta. Sentía que me ahogaba. Entonces los empujé. “¡Don José Luís, agarre a mis hijos, agarre a mis hijos!”, grito una mamá angustiada.
Volví sobre mis pasos. Inútil: quienes me seguían ahora me empujaron para seguir bajando.
Por fin logramos llegar a la planta baja. Varias personas a las llamas echaban agua transportada en cubetas y botes. Las flamas desparecían bajo el líquido; pero enseguida surgían nubes de humo negro y de inmediato, cual velitas de pastel, volvían a encenderse las llamas. La vecina próxima al incendio no podía abrir sus puertas, la de su departamento y la reja de este. Por los nervios no atinaba a la cerradura o no eran las llaves correspondientes.
Por fin se logró sofocar el fuego. Silencio. Todos - enfundados en pijamas, pants, cobijas, sandalias o descalzos – medio nos miramos entre sí, pues aún no amanecía y en el pasillo no había focos. Estábamos asustados. Habían pasado unos 20 minutos. ¿Qué pasó? Se habían quemado los utensilios de trabajo de una vecina que en algunas noches se dedica a vender fritangas. Sillas y mantel de plástico, lona, y hasta su estufa, yacían achicharrados, bajo la escalinata del edificio. Pero ¿qué provocó el incendio si dichos enseres ahí estaban guardados desde dos días antes? Nadie sabe, nadie supo.
Alguien preguntó ¿”y los bomberos?”. Al parecer a nadie se le ocurrió llamarlos. Diez minutos después se escucharon las sirenas de patrullas y…de los bomberos. Sus vehículos se estacionaron. Sus ocupantes bajaron y entraron corriendo enfundados en sus uniformes. Revisaron el sitio. Preguntaron. Anotaron datos.
Les preguntamos ¿qué pudo ocasionar el incendio? El que parecía el jefe respondió: “No se ve rastro de alguna causa. Tal vez alguien pasando arrojó una colilla de cigarro o un cerillo, aún con lumbre”. ¿Eso pudo ser? Pregunté. “Sí, la mayoría de los incendios es ocasionado por eso, son accidentes pero llegan a ser mortales. Ustedes tuvieron suerte”. Y se fueron. Una vecina, envalentonada ante la falta de víctimas, exclamó “¡yaa, no es para tanto!”
Como no pasó a mayores problemas, hoy tal incendio parece una mera anécdota. Pero recapitulando nos damos cuenta que: 1) ignoramos que en un incendio donde hay plástico y aceita, echar agua aviva las llamas en lugar de apagarlas; 2) No contamos con extinguidor; 3) Tampoco tenemos escalera para casos de incendio; 4) ignoramos que las dobles puertas en las viviendas, dificultan cualquier escape; 5) somos presas del pánico, situación que nos impide razonar; 6) No tenemos a la mano teléfonos de emergencia; 7) tendemos a dejar a la vista material inflamable; 8) se ignora que una simple colilla de cigarro o cerillo a medio apagar, puede provocar un incendio (o que ante una fuga de gas, encender la luz, puede provocar una explosión); 9) para esos casos lo común es olvidar la solidaridad; 10) algunas personas no valoran esos riesgos.
En suma, no estamos preparados para situaciones de emergencia. Y esto es una realidad en las unidades habitacionales, vecindades, colonias, barrios, pueblos, en todo el país, por mucho que digan las autoridades que ya hay simulacros para esto o para lo otro. ¿O a poco ustedes sí están capacitados?
México D. F. a 5 de octubre del 2011.

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