jueves, 12 de abril de 2012

Opinión de la campaña

DE PUTAS(OS) Y PERIODISTAS, CARICIAS Y GRUÑIDOS.



Dicen que la prostitución es el oficio más antiguo; quién sabe. Lo que sí sabemos es que las caricias han sido vendidas y compradas durante milenios. Estas líneas están muy lejos de juzgar sobre la moralidad del intercambio comercial de cariño; cada quien puede hacer de su asunto un papalote y, si les da por rentar el papalote, pues muy su asunto.

Como en el caso de la droga, el alcohol y demás materias de vicio, las caricias vendidas obedecen a las reglas de la oferta y la demanda. Hay quien quiere comprarlas y hay quien quiere venderlas. Los contratantes de cariño establecen los términos de su convenio: media, una, dos horas de amor intenso, que dura lo que dura el duro dinero.

La cosa se complica cuando alguno de los contratantes confunde los términos y empieza a fantasear con que las caricias son sinceras. Así como se confundió aquella dama de noche que, ciega de amor apasionado, blandiendo experta tamaño puñal, le partió de un tajo la cara en dos a Agustín Lara, conocido desde aquella noche como el “Caracortada”. El mismo Flaco alimentaba la confusión cuando les cantaba aquella: “yo sé que es imposible que me quieras/ que tu amor para mí fue pasajero/ y que cambias tus besos por dinero/ envenenando así mi corazón”. Imposible que aquella dama no se enamorara si el gran Flaco, sentado al piano cabaretero, cantaba los versos de Imposible, una de sus primeras rolas, ¡qué digo rolas!... rolones.

Pero las caricias con precio suelen no ser sinceras (salvo la cruda sinceridad del servicio profesionalizado). Debe entenderlo así el señor maduro que, sintiéndose incapaz de provocar el apapacho gratuito, decide comprar un poco de cariño. De esa relación amorosa contratada, lo único cierto es el precio Lo demás es humo. Como humo es la fantasía relatada en “Mujer Bonita”, con Julia Roberts y Richard Gere, en la que el apuesto y adinerado galán rescata a la bella chica de aquel ingrato mundo de la faldita y el chicle mascado en la esquina.

Pero en el mundo actual, en el que todo, o casi todo, se ha mercantilizado, no sólo las caricias tienen precio. También los servicios de los periodistas más relevantes tienen el suyo. La factura número 1216, ampara la venta de las opiniones de Joaquín López Dóriga, vertidas en el programa de Oscar Mario Beteta, en favor del entonces gobernador del Estado de México, Enrique Peña Nieto, por un costo de UN MILLON DE PESOS. Gracias a esa factura, cuya copia puede observarse en http://twitpic.com/7p4qmx, ya sabemos que la libertad de opinión se funde con la libertad de comercio. Las opiniones, como las caricias, pueden tener un precio. Ese importe, en dinero, es tal vez lo único cierto en esas opiniones libremente vendidas, según la factura 1216, que demuestra que el cariño “informativo” de López Dóriga no es de a gratis.

Pero no solo el cariño se paga; también los gruñidos, si éstos son orientados hacia rivales del gobierno, pueden ser bien cotizados. Así lo demuestra la información reciente sobre el pago de medio millón de pesos, recibido por Ricardo Alemán, otorgado por el Gobierno Federal en 2011. Los que hayan leído al Sr. Alemán podrán atestiguar que su especialidad es el ataque sistemático contra Andrés Manuel López Obrador y todo lo que con él se relacione. Ricardo Alemán es, pues, un cotizado ladrador profesional, que le cuesta al erario, a los contribuyentes, por lo menos medio millón de pesks al año. Pero los servicios de Alemán no sólo quedan en gruñidos: en su más reciente escrito, acaba de proponer que Josefina Vázquez Mota sea removida de la candidatura del PAN; Ricardo Alemán propone que sea remplazada, a la brevedad, por Margarita Zavala. Felipe, el señor de las chelas, le paga medio millón, y Ricardo Alemán propone a Margarita ¡para presidenta! Nada tontito… quiere otros seis años de medio millón. No hay duda, allá donde ladran…también lamen.

En estas líneas no se pretende juzgar a los hombres y mujeres que ejercen la prostitución. Tampoco a quienes, metidos a periodistas, también la ejercen. Están en su derecho de hacer compatibles las libertades de expresión y de comercio. Pero el público también tiene sus derechos; entre otros, tiene derecho a saber, a estar informado quién paga por los servicios “informativos”, que son en realidad publicidad política personalizada, que, por cierto, está legalmente prohibida. Con mucha mayor razón cuando esos pagos se hacen con dinero público.

Sería muy bueno que, al estilo de “este producto es nocivo para la salud” o “aliméntate sanamente”, al calce de las opiniones de los “líderes de opinión” aparecieran leyendas tales como: “este comentario es pagado por el gobierno de Estado de México”; o, para el caso de Alemán, “espa columna es pagada por El Gobierno Federal”. Así, serían compatibles los tres derechos: a opinar, a comerciar y a saber.



Martín Vélez
info@movimiento.com.mx

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